Capítulo 5 basado en el relato escrito por nuestro compañero y amigo Javier Pérez Sousa sobre de nuestro viaje al corazón de Egipto, un formidable trabajo titulado "EN LA TIERRA DE LOS DIOSES VENIDOS DE LAS ESTRELLAS"
El río Nilo atraviesa, como un milagro, el inmenso desierto del norte de África. A sus orillas llegaron los primeros humanos que se maravillaron de la vida que surgía cíclicamente en sus riberas y paso a paso también se produjo el milagro de la civilización. Muchos arqueólogos-astrónomos modernos están convencidos de que la astronomía egipcia conocía el desplazamiento de las estrellas producido por el ciclo del eje de la tierra cada ¡25 mil años! Entonces nos preguntamos, ¿Cuándo empezó todo? No lo sabemos, pero con seguridad mucho antes de todo lo que hasta hoy conocemos.
Aquellos hombres miraban al cielo del desierto cuajado de estrellas y veían en el río sideral de la vía láctea, el río de los dioses reflejo del río de los hombres, un río inalcanzable e inmutable y a tientas, trataron de desvelar el misterio de su existencia durante muchos miles de años. Y en ese esfuerzo de búsqueda y creación construyeron cosas inimaginables y articularon un hermoso y complicado universo virtual como refugio al caos de la vida y a los interrogantes de su existencia.
A bordo del Acamar, los más inquietos se hicieron amigos del capitán que con su chilaba más parecía un conductor de camellos que de barcos.
Algo cansados cambiamos la arqueología de profundos pensamientos por el solaz y disfrute de la navegación en la terraza de nuestro buque Acamar. Modelo muy conseguido de “caja de zapatos” flotante, aunque una maravilla en cuanto a comodidad.
Y así fuimos subiendo río arriba hacia el sur camino de Aswan. Muchos barcos nos precedían y muchos nos seguían. Ya se sabe, en el desierto siempre se va en caravana. Y todos disfrutamos del cielo azul, de la preciosa imagen de las falúas a vela surcando el río, de la caída del sol y la salida de una preciosa luna llena que fue compañera de nuestro viaje.
La anécdota del día no fue solo visitar un museo ¡dedicado a los cocodrilos!, sino el recorrido por parejas en las rápidas y viejas calesas tiradas por un pobre rocinante y guiadas por un cochero tan hábil como arriesgado a través de las caóticas calles de Edfú.
La noche fue de disfraces y “desfile de modelos” de inspiración árabe. Ciertamente hay que reconocer que echamos el resto. Los había de verdadero lujo, madre mía, ¡Qué nivel!
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