Egipto-Crucero por el río Nilo

Capítulo 5 basado en el relato escrito por nuestro compañero y amigo Javier Pérez Sousa sobre de nuestro viaje al corazón de Egipto, un formidable trabajo titulado "EN LA TIERRA DE LOS DIOSES VENIDOS DE LAS ESTRELLAS"  

https://www.icai.es/wp-content/uploads/2023/02/EN-LA-TIERRA-DE-LOS-DIOSES-VENIDOS-DE-LAS-ESTRELLAS-21-1-23.pdf 

El río Nilo atraviesa, como un milagro, el inmenso desierto del norte de África. A sus orillas llegaron los primeros humanos que se maravillaron de la vida que surgía cíclicamente en sus riberas y paso a paso también se produjo el milagro de la civilización. Muchos arqueólogos-astrónomos modernos están convencidos de que la astronomía egipcia conocía el desplazamiento de las estrellas producido por el ciclo del eje de la tierra cada ¡25 mil años! Entonces nos preguntamos, ¿Cuándo empezó todo? No lo sabemos, pero con seguridad mucho antes de todo lo que hasta hoy conocemos. 

Aquellos hombres miraban al cielo del desierto cuajado de estrellas y veían en el río sideral de la vía láctea, el río de los dioses reflejo del río de los hombres, un río inalcanzable e inmutable y a tientas, trataron de desvelar el misterio de su existencia durante muchos miles de años. Y en ese esfuerzo de búsqueda y creación construyeron cosas inimaginables y articularon un hermoso y complicado universo virtual como refugio al caos de la vida y a los interrogantes de su existencia. 

A bordo del Acamar, los más inquietos se hicieron amigos del capitán que con su chilaba más parecía un conductor de camellos que de barcos. 


Algo cansados cambiamos la arqueología de profundos pensamientos por el solaz y disfrute de la navegación en la terraza de nuestro buque Acamar. 
Modelo muy conseguido de “caja de zapatos” flotante, aunque una maravilla en cuanto a comodidad. 


Y así fuimos subiendo río arriba hacia el sur camino de Aswan. Muchos barcos nos precedían y muchos nos seguían. Ya se sabe, en el desierto siempre se va en caravana. Y todos disfrutamos del cielo azul, de la preciosa imagen de las falúas a vela surcando el río, de la caída del sol y la salida de una preciosa luna llena que fue compañera de nuestro viaje.

Y navegando, navegando, llegamos a los templos ptolemaicos de Edfú y Kom-Ombo. 


Edfú fue construido en el 237, dedicado al dios Halcón Horus, el hijo de Amón del que ya hablamos, quien, a pesar de que le faltaba un ojo y tenía cara de ave, para los romanos era el mismísimo Apolo. 




Kom-Ombo tiene la particularidad de ser un templo doble, casa de dos dioses. Por un lado, Sobek el simpático cocodrilo protector de los reptiles y los reyes, y por otro Haroeris, que es como una versión antigua de Horus. Ambos templos quedaron sepultados por la arena ¡casi 12 metros! y gracias a ello se conservaron intactos a salvo de nuestra acción destructiva. 


Casi todos los templos Ptolemaicos se edificaron sobre otros más antiguos manteniéndose fieles a la religión y tradición de la arquitectura egipcia, aunque con una delicadeza en los relieves y perfección en los capiteles que sin duda proviene del mundo helenístico. 


Las inscripciones en sus paredes proporcionan información importante sobre el lenguaje, la mitología y la religión durante el mundo grecorromano en Antiguo Egipto. En particular, sus textos dan información sobre la construcción del templo como “Isla de la Creación” y relatan el drama sagrado de la lucha entre Horus y Seth. Nuevamente la lucha del bien y el mal. 



La anécdota del día no fue solo visitar un museo ¡dedicado a los cocodrilos!, sino el recorrido por parejas en las rápidas y viejas calesas tiradas por un pobre rocinante y guiadas por un cochero tan hábil como arriesgado a través de las caóticas calles de Edfú. 



Impresionante la inmersión por el estrecho paso del mercado casi medieval, una preciosidad, con todo tipo de productos de la tierra, inmensas coliflores egipcias y gente que salía no se sabe de dónde como hormigas. Hay que confesar que cuando te veías rodeado por aquella multitud pasabas algo de miedo. 


La noche fue de disfraces y “desfile de modelos” de inspiración árabe. Ciertamente hay que reconocer que echamos el resto. Los había de verdadero lujo, madre mía, ¡Qué nivel! 


Nos reímos a raudales, se pasó fenomenal, y cuando la cosa se empezó a animar con el baile, Hissam (posiblemente) pensó que la juerga podría poner en peligro el horario del día siguiente, y con la excusa de que: ¡Vamos a cubierta que llegamos a Aswan!, se paró la fiesta. Y ahí se quedó la cosa, perdimos el impulso inicial y nos retiramos dócilmente. Había que madrugar para tomar nuestro vuelo a Abu Simbel.


                                  
Textos: Javier Pérez Sousa                  Fotografía: Carlos Marcos

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