Desde el hotel Intercontinental ascendimos a la impresionante Ciudadela o Ciudadela de Saladino que es una fortificación medieval de la era islámica. Su ubicación en un promontorio de las colinas de Mokattam cerca del centro de El Cairo domina una posición estratégica con vista a la ciudad y dominando su horizonte.
Allí se encuentra la mezquita turca de Muhammad Alí edificada en 1848, que, aun siendo impresionante, su arquitectura parece una réplica de la inolvidable Santa Sofía de Estambul.Aprovechando el paseo por la mezquita, nuestro querido guía Hissam, musulmán convencido de su fe, nos explicó las bondades, fundamentos y rituales de sus creencias. Las escuchamos con cariño y respeto, aunque cada cual hizo un análisis de sus palabras y la realidad que veíamos con nuestros ojos.
De la medialuna dominante pasamos a la cruz que resiste como “gato panza arriba” en las ordenadas calles e iglesias del barrio copto desde los tiempos de San Agustín.
Vemos con cariño y admiración a estos cristianos separados en su día de la fe católica por una herejía pero que han mantenido su fe en Cristo en condiciones muy duras desde la conquista de Egipto por los árabes en el año 634 DC.
El barrio copto aparece ante nuestros ojos como más ordenado, las mujeres no van cubiertas, a diferencia del Egipto islámico. Entre el 10 y 20% de la población egipcia profesa esta fe, siendo la iglesia cristiana más numerosa de oriente medio. Ellos se consideran los auténticos egipcios, los antepasados de los constructores de las pirámides. No les falta razón, pues sobre el año 42 de nuestra era los egipcios cambiaron la tríada sagrada por el Dios de la Trinidad. Desde la invasión ismaelita los coptos han sido objeto de discriminación y persecuciones religiosas, y aun en la era moderna son el blanco de ataques de extremistas islámicos.
En la iglesia de planta basilical de San Sergio y San Baco dicen que estuvieron María y José refugiados con Jesús aún bebé aquellos días angustiosos en los que el iracundo Herodes buscaba niños para hacerlos picadillo.
Ciertamente hay restos de algo muy antiguo debajo de la cripta del monumento central.
Hablando de necrópolis y yendo de aquí para allá pudimos vislumbrar “La Ciudad de los Muertos del Cairo”. Lugar extensísimo donde aproximadamente 400 mil personas viven en medio de las tumbas desde 1945 a consecuencia de la guerra, la sobrepoblación y las desigualdades de la ciudad.
Entre visitantes y objetos maravillosos ya casi no cabe un alfiler en el Museo del Cairo, casi tan abigarrado como la ciudad. Allí vimos una gama de objetos de todo tipo, el tesoro que Howard Carter encontró en la tumba del famoso Tutankamon y que por un milagro verdadero se salvó del saqueo.
El futuro nuevo museo, un edificio faraónico y monumental, se encuentra sin acabar y todos esperamos sea pronto una realidad. Mientras tanto, se han trasladado momias al nuevo Museo de las Civilizaciones.
En la tarde, por los estrechos callejones del Jalili todo es bullicio y movimiento y cualquier hueco es bueno para instalar las terrazas de los cafés, donde la clientela local, exclusivamente masculina, pasa las largas horas bebiendo café, fumando pipas de agua, conversando animadamente o entretenidos con juegos de mesa como el backgammon.
En uno de estos cafés, repletos de espejos y lámparas es donde el Premio Nobel Naguib Mahfuz, escribe sus novelas que reflejan certeramente la vida de esta ciudad.
Aquel fue el último mercado, donde se acabaron de comprar las últimas oportunidades del viaje.
Y como todo llega a su fin, aquella noche nos despedimos de la ciudad con una entrañable cena oriental en un restaurante típico donde nos acompañó la directora del operador turístico.
Y ahora cuando el cronista se aproxima al cierre de estas páginas siente que quizás el relato haya sido demasiado largo, y pide excusas por ello, aunque muchas han sido las cosas que han quedado sin contar, que cada uno libremente lea o recuerde el episodio que más le impactó vivir.
El relato tan solo quisiera servir de memoria para los que fuimos y de ánimo para que otros compañeros participen con nosotros en el futuro. Muchos fueron los momentos, las anécdotas, las experiencias, y conocimientos compartidos con ánimo y buena camaradería, imposibles de recoger aquí. Que duda cabe que volvimos diferentes del viaje, algunos hasta un poco cansados o averiados, pero nuestra idea de Egipto y nuestra vida fue distinta desde entonces.
Recorrimos un largo río físico y vital, cuyas imágenes guardamos con cariño, muy adentro, damos gracias por ellas y por los compañeros con las que las compartimos. No me cabe duda que este regalo lo llevaremos siempre con nosotros de la misma manera que los antiguos hacían el viaje final con sus enseres a la “tierra de los dioses venidos de las estrellas”.
El Cronista Senior.
Javier Pérez Sousa
Textos: Javier Pérez Sousa Fotografía: Carlos Marcos