Como cada año, en el noveno mes lunar, el mundo musulmán entra en una especie de letargo temporal e intermitente que sólo acaba con el bullicio que se origina cuando cae la noche. El ayuno, preceptivo durante treinta días, para todos el musulmán adulto y con juicio, empieza con la aparición de la luna a finales del sha'ban (octavo mes en el calendario lunar islámico).
El ayuno no se limita a la abstinencia de comer o beber solamente, sino de todo lo que sea mala palabra, mal acto o mal pensamiento. de todo lo que contradice el ayuno en lo moral. El ayuno se considera una gran escuela de disciplina y doctrina, tanto espirituales como morales. El Ramadán es, en esencia, un tiempo de recogimiento en el que la gente exhibe su bondad y generosidad temporal.
Romper el ayuno mediante el obligado iftar forma parte de la doctrina y se materializa en una copiosa cena en familia, inmediatamente después de la puesta del sol y al comienzo del tiempo de la oración nocturna
El ocaso del sol es el momento en el que se percibe con más fuerza el Ramadán en Estambul.
Nuestra historia comienza un 9 de octubre de 2006. José Antonio y yo nos encontrábamos en Estambul por motivos de trabajo. Habíamos decidido pasar el fin de semana conociendo un poco más el lugar. Cristina y María se desplazaron el jueves hasta la gran ciudad. Ellas acababan de aterrizar y, juntos, nos dirigimos en tranvía a la céntrica plaza de Sultanhamet, Allí nos encontramos, por sorpresa, una de esas experiencias únicas que ha quedado para siempre entre nuestrs recuerdos.
En la calle se escucha la llamada a oración de los almuecines que desde los minaretes de las mezquitas se esparce en ecos sincronizados por la ciudad anunciando la última oración del día. La iluminación festiva de las mezquitas alumbra la noche. De un minarete a otro de la Mezquita Azul han colgado hileras de luces que forman palabras que se pueden leer desde la distancia.
Es común para los musulmanes vayan a las mezquitas y pasen varias horas orando y estudiando el Corán Sagrado. Durante el Ramadán, además de las cinco oraciones diarias, los musulmanes recitan una oración especial llamada la oración de Taraweeh (la oración nocturna). La duración de esta oración es normalmente de 2 a 3 veces superior a la de las oraciones diarias.
A trompicones entre la multitud, nos descalzamos para entrar con todo respeto en el interior de la mezquita. Difícil es abrirse paso entre una marea de fieles que quieren entrar, mientras y otra que quiere salir. En una sala absolutamente abarrotada de fieles, sin un solo metro cuadrado sin ocupar, el calor en el interior se hace asfixiante, muy difícil de respirar. Asumimos el ritual con el mayor de los respetos.
Alrededor de la Mezquita Azul, dando la espalda a Santa Sofía, se congregan miles de musulmanes que se desparraman por todos los recovecos de los jardines y de la plaza de Sultanhamet.
Sigue cayendo la noche y Sultanhamet es una aglomeración llena de vida, un hervidero donde se confunden los colores y los olores. Se mezclan las músicas que provienen de la mezquita con el ruido de los coches atascados haciendo sonar sus molestas e inoportunas bocinas. También se escuchan las melodías musicales superpuestas de las carpas de los restaurantes montados para la ocasión.
Las bombillas de los numerosos tenderetes parecen luciérnagas ocultas entre los árboles de Sultanhamet tintineando por el efecto de un viento.
Hay gritos, miradas, sonrisas que se pierden con las nuevas, cuerpos que se esquivan y cuerpos que se chocan; instantáneas emocionales que coinciden con la ruptura del obligado ayuno del Ramadán.
Recorremos unos puestos de comida, tienen mesitas y pequeñas sillas donde más que beberse parece que se juega con el té pasándolo de vaso en vaso, escanciado la infusión con precisión.
Estratégicamente situados, los vendedores de caramelos pregonan su mercancía atropellando palabras, vociferando ofertas, compitiendo en volumen y viveza verbal con los vendedores de palomitas y mazorcas de maíz que, en estos momentos parecen tener más éxito.
Permanezco al lado de un quiosco de caramelos, disfrutando de la elaboración artesanal de pirulíes de colores donde un tendero concentrado en su labor, enrolla en un largo palo el jarabe de azúcar haciéndolo girar incansable, dando forma precisa a la golosina mientras los niños aguardan su turno con ciertas dosis de impaciencia y la ilusión reflejada en sus caras. Eligen los colores señalando con el dedo su mezcla favorita.
En otra zona de la plaza del hipódromo, los hombres se arremolinan vestidos con sus chaquetas y jerseys de domingo en torno a los vendedores de kebabs y charlan animadamente sin quitar ojo a los cocineros que, frenéticos, cortan verdura, giran la carne, piden más pan, o envuelven y despachan la comida.
A cada paso aparece una nueva sensación, cada pocos metros un nuevo olor, un sonido, una música, una sorpresa visual... en definitiva, miles de recuerdos en este intenso paseo entre la multitud festiva.
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