09 mayo 2018

Bukhara, en Uzbekistán, la ciudad del cruce de caravanas en el desierto.

"Ciudad muy noble y grande", escribe Marco Polo.  Bukhara, en Uzbekistán,  comparte con Samarkanda la poesía de un pasado legendario. La ciudad fue mercado de esclavos y en la que aún se levanta la torre desde cuya cima, crueles emires precipitaban a los condenados al vacío.


Bukhara es el museo de arquitectura de Asia Central y ha guardado su encanto original, ya que los edificios modernos no han eliminado las tradicionales casas de adobe de dos pisos.



En Bukhara hay menos cerámica vidriada que en Samarkanda, pero hay muchos más ladrillos artísticamente dispuestos.


Uno de los monumentos más antiguos es la fortaleza de El Ark, la ciudadela del siglo X, de aspecto imponente con sus altos muros alienados y su puerta fortificada, era la residencia de invierno de los emires de Bukhara. 




Sobre la puerta maciza estaba colgado antiguamente un látigo de crines, símbolo del poder del Emir.  Esta puerta daba acceso al corazón de la fortaleza en el que se albergaba una prisión.



En el centro de la ciudad, el minarete Kalian, de 1127, la mezquita y la madrasa Mir-Arab componen un precioso conjunto.   Los muecines llaman todavía a los creyentes a la oración.  Como en la mayor parte de los monumentos de Bukhara, la decoración del minarete recurre mucho más a los motivos de ladrillos labrados que a las cerámicas esmaltadas.



Un puente une el minarete con la mezquita de Asia Central.  Su cúpula cubierta de mayólica de color azul celeste, se ve desde las cercanías.  El patio pavimentado está rodeado de pisos de galerías coronadas por 288 "cupulinas".

La madrasa Mir-Arab, ricamente decorada, cuenta con tres grandes salas con entresuelos enrejados, donde todavía se dan cursos de teología musulmana.




En la plaza Liabi-Jauz se levantan otros monumentos espléndidos: mezquita, janaka y madrasas rivalizan en belleza.

Las bóvedas de la gran madrasa de Abdullaziz-jan, del siglo XVIII, uno de los monumentos más importantes del Asia Central, está adornadas con admirables motivos de estuco; la puerta de entrada es de madera tallada y el pórtico en cuadrados azules, verdes y blancos apenas ha envejecido.




También en la plaza Liabi-Jauz, las tres cúpulas del Taki-Zargaron, el mercado cubierto, construido en el siglo XVI, albergan un comercio que permanece activo.




Citemos también, en los alrededores, el Palacio de Verano, con su sala Blanca en la que se encontraba el harén que se refleja en estanques donde las trescientas concubinas del emir se bañaban desnudas bajo los ojos de su señor y amo.




El sobrio mausoleo de Ismael Samani, lo único que queda de la brillante dinastía de los Samánidas, tiene más de mil cien años de antigüedad.




Cada tarde, al ponerse el sol, las viejas puertas giran y la ciudad duerme al abrigo de las murallas.  Las calles desiertas no son más que pasillos entre casas de muros ciegos, a las que se penetra por estrechas aperturas.





En contraste, la Gran Plaza está llena de gente en torno al estanque.  Sentados en tierra, la gente escucha  a los narradores mientras que un vendedor de agua se para con su odre de piel, su campanilla y su tacita.  Otros, pasan su vida en las casas de té uzbekas o chaijanas, centros de la vida social.  Los clientes se sientan a la turca sobre el tapiz de un destajan, especie de estradillo sobre el que hay una bandeja en forma de mesita.






Al oeste de la ciudad, queda una parte de las viejas murallas de tierra, reforzadas de vez en cuando por torres de ladrillo.



Bukhara tiene un furte colorido local y un extraño encanto.  Las cigüeñas la han elegido desde hace siglos para construir allí sus enormes nidos en los tejados y en los escasos árboles.



En el verano de 1.979, Antonio Ruiz nos propuso realizar un viaje a Samarkanda, en la Ruta de la Seda.  Antonio era catedrático de Historia del Arte y de la Arquitectura en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, es Director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce de Segovia, así como Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El es un gran conocedor de lugares fantásticos, buen conversador y excelente profesor. Reconozco que quedé muy sorprendido por el exotismo de la propuesta pero me sentí enormemente atraído por conseguir este importante y difícil objetivo.  


Queríamos emular la gesta de Ruy González de Clavijo, también segoviano como nosotros, embajador del rey de Castilla Enrique III. Nuestro Clavijo llegó a Samarkanda en 1404 y se reunió nada menos que con el Gran Tamerlán para, entre otras cosas, forjar una alianza contra los temidos turcos.  




Tras un largo viaje con escalas en Moscú, Bratsk, Irkust con el lago Baikal, Taskent … llegamos a la espléndida ciudad de Bukhara, la última de las etapas antes de llegar a nuestra ansiada Samarkanda.


http://blogdeviajesviajaryaprender.blogspot.com.es/2010/11/samarcanda.html


Bibliografía y Textos: Bellezas del Mundo - Tomo 2- Larousse edición 1974.


Fotografías: Carlos Marcos

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